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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Hace Algunos Ayeres...

Navidad; por alguna razón curiosa, me vinieron a la mente imágenes de las épocas navideñas entre mis 11 y mis 13 años.



Días nublados y un poco lluviosos, en los que mi hermana y yo pasábamos horas y horas sentadas frente a la televisión viendo una y otra vez las mismas 10 o 12 películas que en aquella estación transmitía el canal Hallmark.



Sufríamos y nos enojábamos con la historia de una joven pintora que debía plasmar sobre la pared del salón de una casa, algo relativo a la hija fallecida de una señora mal humorada, la cual, una vez se hubo terminado el trabajo, imprimaba todas las paredes de pintura blanca, argumentando el disgusto de lo pintado, haciendo llorar a la joven artista; de cuyo título no logro acordarme, al igual que de otras más. Sin embargo, nada era asemejable a cuando llorábamos de tristeza y alegría, hasta deshidratarnos, con la vida de Oksana Baiul, medallista olímpica en patinaje sobre hielo, de quien casi todos los que tengamos entre 25 y 35 años, habremos visto por lo menos una vez su filme.



Pero que hubieran sido aquellas películas si no hubieran estado acompañadas de las latas gigantes con motivos navideños de palomitas de tres sabores: mantequilla, queso y caramelo, adquiridas en el único club de precios de la ciudad en aquel entonces,, que devorábamos sin importar que hora del día era, pues solo una roseta de maíz nos podía aliviar el dolor de ver como una compañera de equipo le encajaba un patín en su espinilla a Oksana, justo un día antes de su competencia olímpica, como si necesitara de un poco más drama para su ya suficientemente dramática vida.



Y así se repetía nuestra rutina diaria, hasta que un día esta se rompió por un hecho insospechado cuando en la mañana del 13 de Diciembre de 1997 mi mamá subió las escaleras gritándonos a mi hermana y a mí “Está nevando!”. Incrédulas y modorras, nos pusimos chamarras y bajamos a ver como las Noche Buenas y todo el jardín estaba tapizado de una tenue pero creciente capa de nieve, viendo caer del cielo, en forma de copos, uno de mis más grandes deseos, que teóricamente era casi imposible que ocurriera y que vuelva a ocurrir en una ciudad tan seca y cálida como esta.




Tuvimos guerrita de bolas de nieve, hicimos una pelota del tamaño de un balón de basketball, con toda la nieve del jardín, deshicimos los únicos guantes de seudo piel que tenía mi hermana, al creer que aguantarían la humedad del hielo, salimos a la calle a ver el camellón y los árboles nevados y disfrutamos como nunca, hasta las 11:30 cuando la nieve se empezó a marchar de la misma forma en que había llegado.



Pero no todo fue miel sobre hojuelas en aquellos años, hubo uno, en el que la más mínima dignidad que pude haber tenido alguna vez, fue manipulada y expuesta en el departamento de servicio al cliente de un conocido supermercado cuyo nombre empezaba con A, cuando mi mamá nos exigió sutilmente a modo de chantaje a mi hermano, cuyo nombre sustituiré por el seudónimo de Magic, y a mí que posáramos en una fotografía junto al árbol de Navidad para someterla a un concurso de árboles navideños y poderse hacer acreedora a un carrito lleno de productos de la tienda, mismo que llegó hasta las puertas de mi casa algunas semanas después, aunque aún sigo convencida de que el nuestro, fue el único que concursó, y junto con la dotación se nos otorgó el privilegio de que la foto se exhibiera ante los clientes durante, quiero pensar, no más de un día.



Ahora esta época se siente distinta, ya no acostumbro a fomentar mi obesidad con puños de mantequilla, sal y colorantes, ya no tengo Hallmark en mi sistema de cable y los Reyes magos ya no me traen juguetes, pero disfruto cada año compartir estos momentos con mis amigos y familia; cenar caldo de camarón, lomo, ensalada de manzana y la esquicita carlota de chocolate de mi abuelita; abrazar a la gente que quiero, y despertarme en las mañanas y ver diario todos los regalos que me trajo la vida.



Un muy feliz año nuevo para mis fieles lectores.



Desde el Puente de Londres para el mundo.



Kara