En una ocasión, realizando una prueba de rasgos de la personalidad en la preparatoria, la psicópata, ehem, ehem, perdón, la psicóloga que me aplicó la prueba, reaccionó a mi respuesta negativa a la aseveración “siempre termino todo lo que inicio”, pues creía imposible que una persona como yo (desde su punto de vista) no terminara lo que iniciaba. Pero no debe resultarles sorprendente, pues en el 50% de las veces, dejo inconcluso lo que con un enorme entusiasmo comencé. Y ¿a qué viene este comentario? A que hoy me di cuenta que tras haber comenzado este espacio hace ya más de un año, a pesar de haberlo hecho con toda la emoción que me significa compartirle al mundo un poco de mi sentir, no había escrito más que una entrada; pero como de lo bueno se da poco y como soy fiel creyente de que las cosas en la vida se deberían hacer porque nos nazca hacerlas y no porque se forcen, estoy de vuelta.
Como ya lo había planeado desde el momento en que abrí este espacio, mi segunda entrada tendría que ser para alguien que motivó un mucho más mi muy comercial pero selectivo gusto por la literatura, Lucía García.
Habiéndola conocido en el 2002 como mi maestra de literatura en segundo año de Preparatoria, con su muy peculiar sentido del humor y su elección de lecturas que convertían un salón con más de 30 adolescentes en un cementerio, producto no del aburrimiento si no del interés que despertaba en nosotros la lectura de aquellas piezas literarias, adornadas con una entonación dramática pero adoc a la situación de cada historia.
Gracias a ella muchos de nosotros pasamos de simplemente leer libros como el de “Aura” del Maestro Carlos Fuentes, a conocer la simbología que existe atrás de los elementos atmosféricos que rodean dichos relatos, sin olvidar el maravilloso análisis del cuento “La Máscara de la Muerte Roja” de Edgar Alan Poe, con el significado de los colores con que se proyectaban los distintos cuartos de la historia.
He de confesar que durante el primer año que fue mi maestra, llegué a quedarme dormida en un par de ocasiones mientras nos leía cuentos con títulos parecidos al de “El Crisol de Sol” o algo semejante, en donde tras el timbre de cambio de clase, volvía a la conciencia.
Sus charlas al estilo programa de chismes, de donde por cierto surgió mi apelativo “Karina Chapoy” que hasta la fecha me caracteriza, su lápiz de peras que sacaba cada vez que durante su dictado alguien gritaba “pérame”, haciendo un ademán como de barita mágica con él, su explicación de que su mamá le había puesto Norma Lucía porque siempre le ha gustado ir contra el sistema, su interrogante de por qué yo en mis exámenes solo acentuaba los verbos en futuro, su chamarra plateada como de domador de leones, su entrada triunfal al salón tras el coreo de sus alumnas de humanidades al son de “Santa Lucía” con aplausos y gente parada encima de mesabancos, su lucha contra la maestra Gordillo, en fin, simplemente su esencia.
Y porque ya me excedí en el número de caracteres admitidos por la paciencia del lector, hasta aquí llego con mi más séntido homenaje a mi antes maestra, ahora muy querida amiga.
Porque un buen maestro no es quien con gusto enseña a sus alumnos, si no quien despierta en sus alumnos el gusto por el aprendizaje.
“Aquila non CAPIT muscas”
Desde el Puente de Londres para el mundo.
KARA
Este es un espacio para compartir con ustedes un poco de la aventura que significa vivir.
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